Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios. Miqueas 6:8
Te odio, grita y sale corriendo de la habitación. Palabras de una niña lanzadas como dardos emocionales. Quizás aprendió la frase de sus padres o a lo mejor es solo un estallido del pozo interno de la naturaleza pecadora. Sea cual fuere el caso, el odio y el amor se han convertido en palabras favoritas, muy trilladas, arrojadas al descuido a objetos, situaciones e incluso a la gente.
La ligereza con que se usan las palabras como amor y odio las han privado de significado. Ya no entendemos afirmaciones que describen a un Dios amoroso que aborrece el pecado. Así describimos a Dios como amable y bondadoso un debilucho cósmico. Y nuestro concepto de lo que Él aborrece lo atenúa el pensamiento sin sabiduría y las falsas concepciones.
Las palabras de los profetas contrastan tremendamente con esos malentendidos. Él aborrece el pecado y se levanta como juez justo, listo para impartir el castigo a todos los que desafían sus reglas. El amor de Dios es real. También es real el hecho de enviar a su Hijo, el Mesías para salvar y tomar el lugar del pecador en el juicio. El amor y el odio van juntos; ambos son eternos, irresistibles e insondables.
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