"Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Mateo 7:17,18
En Sudáfrica hay varias enfermedades que afectan los naranjos. Una de ella se conoce popularmente como el mal de las raíces. Un árbol puede seguir dando frutos, de modo que un observador ordinario no note nada malo; sin embargo, un experto detectaría el comienzo de la muerte lenta. En las viñas, la filoxera ataca las raíces y se ha descubierto que la única cura es arrancar las raíces viejas y proporcionar otras nuevas.
La especie antigua de la vid se injerta en una raíz americana y, con el tiempo, se tienen las mismas cepas, con las mismas ramas y los mismos frutos que antes; pero las raíces son nuevas y tienen capacidad para resistir la filoxera. La enfermedad se presenta en la parte de la planta que no se ve y que es donde se puede buscar la sanidad.
Cuantos son los que están batallando con ellos mismos sin ir directamente a la raíz. Hoy quiero ir a la raíz para ser un árbol que da buenos frutos y lo que hoy necesito es alimentar mis raíces con la palabra de Dios y con una entrega total de mi existencia.
Esa entrega comienza con una vida de conversación privada con el Maestro. Es la falta de oración en secreto lo que explica muchas de las debilidades externas y una vida diaria sin un fruto consistente, permanente y vivo. Es el descuido del mantenimiento de esta vida oculta enraizada en Cristo, basada y cimentada en amor lo que explica porque no hay frutos abundantes. Lo único que puede lograr que cambie todo esto en mi vida hoy es la restauración de mi morada interior.
Si hoy logro entender lo que significa el hacer que el establecimiento de una comunión personal y secreta con Dios sea mi mayor interés, la verdadera vida espiritual entonces florecerá. “Si la raíz es santa también lo serán las ramas”.
Si mi primer tiempo hoy es para el Señor el día con todas la tareas tendrán otro tinte y tendrán otro color. Hoy quiero que mis raíces están profundamente cimentadas en la roca eterna de los siglos y bebiendo del agua clara del manantial del río de mi Dios.
Señor. Gracias por ser la fuente de mi existencia y gracias por ser mi Padre. Hoy quiero tener mis raíces sanas y bien cimentadas en tì. Si mis raíces están bien cimentadas, el fruto de mi vida no solo será bueno sino abundante. Señor con profundidad lo haces a través de tu Santo Espíritu en mi.
Ayúdame hoy a examinar mis raíces y asegurarme que ellas están plantadas en tu palabra y alimentadas por el fuego de tu amor que lo recibo en la diaria comunión de la oración.
Gracias Señor porque hoy sé que el fruto de mi vida no es algo que yo hago, sino algo que nace de la relación real contigo. Amen.
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