He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros. —Mateo 1:23
¿Un establo? ¡Qué lugar para dar a luz al Mesías! La primera experiencia humana de nuestro Salvador fueron los olores y los ruidos de un corral. Como sucede con los bebés, tal vez lloró ante el ruido de los animales y los movimientos de personas extrañas junto a su cuna temporal.
Si así ocurrió, aquellas fueron las primeras de muchas lágrimas. Jesús llegaría a conocer lo que significan la pérdida y la tristeza humanas, las dudas de sus familiares sobre Él, y el dolor de su madre al verlo torturado y muerto.
Todas estas dificultades, y muchas más, le aguardaban a este bebé que trataba de dormir aquella primera noche. No obstante, desde entonces, Jesús fue «Dios con nosotros» (Mateo 1:23), y supo qué significaba pertenecer a la raza humana. Así seguiría durante algo más de tres décadas, hasta su muerte en la cruz.
Por su amor a ti y a mí, Jesús se hizo plenamente humano. Esto le permite identificarse con nosotros. Nunca podremos volver a decir que nadie nos entiende, ya que Él sí lo hace.
Que esta Navidad, la Luz que entró en el mundo aquella noche ilumine los rincones más profundos de nuestra alma y nos dé esa paz en la Tierra de la que hablaron los ángeles hace tanto tiempo.
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