En todas nuestras decisiones diarias, o “sembramos para la carne” o “sembramos para el Espíritu” (Gálatas 6.8). Con nuestras acciones plantamos las semillas que afectan la clase de persona en que nos estamos convirtiendo, y el grado de influencia que tendrán para Dios nuestras vidas.
“La carne” es la parte de nosotros que quiere vivir independientemente del Señor. Como seres humanos, todos tenemos que lidiar con la atracción de esta actitud; no la perdemos de forma automática cuando somos salvos. Sin embargo, el Espíritu Santo nos libera de la esclavitud a la carne. Él comienza a transformarnos, para que podamos comenzar a vivir de acuerdo con la verdad. Las decisiones que tomamos contribuyen al proceso de transformación, y cuando están en consonancia con la obra del Espíritu Santo plantan la buena semilla que produce nuevo crecimiento.
Cuando usted está sembrando para el Espíritu, está aceptando la verdad de Dios en su corazón y su mente. Después comenzará a experimentar la vida eterna, que viene de conocer verdaderamente el Señor (Juan 17.3). El fruto del Espíritu crece de manera natural a partir de estas semillas de verdad divina, e influencia cada aspecto de su vida. Cuando usted alimenta su espíritu con las cosas de Dios, se volverá más fuerte, más semejante a Cristo, y más lleno de la vida de Él en sus pensamientos y acciones.
¿Está usted alimentando su espíritu y la fuente de su vida, o la parte que quiere actuar independientemente de Dios? ¿Siembran sus decisiones semillas que le están haciendo creer, haciéndole diferente, y dejando que fluyan de usted ríos de agua viva para alimentar a otros? (Juan 7.37-39)
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