2 Timoteo 4:7,8
He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.
Todo nuestro mundo está lleno de oportunidades. En cada aspecto de la vida diaria, hallamos nuevas maneras de sacarle provecho a nuestras virtudes, expandir nuestros horizontes y sueños para una vida mejor. Pero alcanzar esta mejora no es siempre fácil.
Al nacer nuestras condiciones físicas y mentales son nuestros primeros obstáculos. Estamos medio hechos pero lentamente logramos adaptarnos al ambiente y, con ayuda, gradualmente pararnos por nuestra cuenta. Es lo que llamamos una “dependencia necesaria”. Sin embargo, las verdaderas barreras a nuestro crecimiento son dependencias innecesarias, aquellas cositas que nos atan a la mediocridad y generan una falta de ambición.
Es cierto que las responsabilidades impuestas sobre nosotros a lo largo de los años son un gran impedimento al progreso en su momento. Pero vivimos continuamente en estas obligaciones y responsabilidades, concediéndoles el rol de “cargas” en nuestra vida que, decimos, nos impiden progresar.
Sin embargo, esto es tan sólo una gran mentira. La verdad es que la carga más grande de la que somos presas, somos nosotros mismos.
Nuestro temor del fracaso, nuestra farsa, nuestros prejuicios y nuestra desconfianza de lo que somos y podemos ser pueden ser parte de esta gran carga, un pesado peso con el que vivir. Este gran saco de piedras nos da estabilidad, generalmente deseada, causada por el temor a lo desconocido y el estancamiento. A menudo esto impide que descubramos de qué estamos hechos.
Si realmente queremos progresar hacia una mejor vida, crecer y desarrollarnos, necesitamos recordar que estas cargas no dejarán de aparecer en el camino. Intentos diarios renovados pudieran sacarnos del camino; la perseverancia y la pasión por lo que hacemos y queremos son la mejor espada y el mejor escudo que podemos usar para defendernos.
Nunca dejemos de pelear y recordemos que nuestra única carga somos nosotros; vivamos libres, muramos en paz.
“No ser otro que nosotros mismos en un mundo que hace lo mejor que puede; para convertirnos en otra persona implica pelear la batalla más difícil que humano alguno pueda pelear y nunca dejar de hacerlo”.
“No permitamos que nuestro fuego se apague en medio de los desesperanzados cambios de los todavía, no del todo y de ninguna manera. No permitamos que el héroe en nuestra alma perezca en solitaria frustración por la vida que merecíamos y que nunca hemos logrado alcanzar. El mundo que deseamos puede ser ganado. Existe y es real, es posible y es nuestro”.
No me cabe la menor duda de que Dios nos ha creado con propósito y que nuestra salvación nos dirige claramente hacia el cumplimiento del mismo. Sin embargo, son muchos los que permiten que las circunstancias que enfrentan a diario vayan moldeando y condicionando su vida y sus proyecciones. ¡Qué triste que al final de nuestra vida hayamos permitido que todas esas fuerzas externas determinasen lo que pudimos alcanzar y lograr! Y digo que es triste porque Dios nos ha dado dones, talentos y recursos (aunque muchos parezcamos estar ciegos ante su existencia) para precisamente tomar la iniciativa y hacer la contribución a nuestra generación para la que fuimos creados y salvados. Pero, sólo a través de la fe y un férreo apego al Señor es que podemos vencer las pruebas diarias que intentan desenfocarnos y desviar nuestra atención de lo que fuimos llamados por el Señor a realizar. Adelante, hagamos a un lado aquello que nos estorba y atrevámonos a ser y hacer aquello que Dios nos comisionó para ser y hacer. Amén
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