Sunday, June 5, 2016

TODOS PUEDEN JUGAR

En una cena para recaudar fondos para un colegio estadounidense que enseña a niños minusválidos, el padre de uno de los estudiantes compartió un discurso que nunca será olvidado por quienes estaban presentes. Tras alabar al colegio y su dedicado equipo, hizo una pregunta:

“Cuando no interfieren influencias externas, todo lo que hace la naturaleza es hecho en perfección. Sin embargo, mi hijo Shay no puede aprender como otros niños; no puede comprender cosas que otros niños sí. ¿Dónde está el orden natural de las cosas en mi hijo?” La audiencia quedó en silencio ante la pregunta.

El padre continuó: “Creo que cuando un niño como Shay, con limitaciones físicas y mentales viene al mundo, se nos presenta una oportunidad para evidenciar la genuina naturaleza humana, y nos viene en la manera en que los demás tratan a ese niño”. Entonces relató la siguiente historia:

Shay y su padre habían pasado por un parque en el que algunos muchachos que Shay conocía jugaban al béisbol. Shay preguntó: “¿Crees que me dejarían jugar?” El padre de Shay sabía que la mayoría de los chicos no querrían a alguien como Shay en su equipo pero también comprendió que si a su hijo se le permitía jugar, le brindaría un sentido de pertenencia muy necesario y también algo de confianza de ser aceptado por otros a pesar de sus limitaciones.

El padre de Shay se acercó a uno de los muchachos en el campo y le preguntó si Shay pudiera jugar, aunque sin esperar mucho. El muchacho buscó guía a su alrededor y dijo: “Estamos perdiendo por seis carreras y estamos en el octavo episodio. Me imagino que puede estar en nuestro equipo y trataremos de ponerlo a batear en el noveno episodio”.

Con dificultad, Shay se llegó a la banca del equipo, se puso la franela del equipo con una sonrisa de oreja a oreja mientras que su padre sentía asomar una lágrima en su ojo y una calidez especial en su corazón. Los muchachos vieron el gozo del padre al ver a su hijo ser aceptado. En el cierre del octavo, el equipo de Shay anotó unas cuantas carreras pero todavía estaba atrás por tres carreras. En la parte inicial del noveno episodio. Shay tomó un guante y jugó el jardín derecho.

Aunque no hubo batazos en su dirección, estaba obviamente extático de estar en el partido y en el campo, sonriendo de oreja a oreja, mientras su padre le saludaba desde las graderías. En el cierre de la novena entrada, el equipo de Shay anotó de nuevo. Ahora, con dos fuera y las bases llenas, la potencial carrera de la victoria estaba en base y le tocaba batear a Shay.

En ese momento, ¿le permitirían batear a Shay y desperdiciar su oportunidad de ganar el partido? De manera sorpresiva, se le dio el bate a Shay. Todos sabían que un imparable era poco menos que imposible porque Shay no sabía ni agarrar el bate de manera correcta y mucho menos pegarle a la pelota con él.

Sin embargo, al colocarse Shay en el plato, el lanzador reconociendo que el otro equipo estaba dejando de lado el ganar en favor de un momento en la vida de Shay, se acercó unos pasos más para lanzar suavemente la pelota para que Shay pudiera al menos hacer contacto. El primer lanzamiento llegó y Shay le falló torpemente. El lanzador nuevamente dio algunos pasos hacia adelante y le lanzó la pelota a Shay con suavidad. Al acercarse el lanzamiento, Shay le pegó con el bate y sacó un roletazo lento justo en dirección del lanzador.

El juego podía ahora finalizar, pero el lanzador recogió el suave roletazo pudiendo fácilmente lanzar la pelota a primera base. Shay habría sido puesto fuera finalizando el partido.

En vez de eso, el lanzador lanzó la pelota por encima de la cabeza del primera base, fuera del alcance de todos sus compañeros. Todos en las gradas y en ambos equipos comenzaron a gritar: “¡Corre, Shay, corre! ¡Corre a primera base!” Shay jamás había corrido tan lejos en su vida pero llegó a primera base… corrió de prisa por la línea de primera con los ojos abiertos de par en par y emocionado.

Todos gritaban: “¡Corre a segunda, corre a segunda!” Recobrando su aliento, Shay torpemente corrió hacia segunda luchando por llegar. Para cuando Shay había pasado la primera base y se dirigía a la segunda, el jardinero derecho tenía la pelota, el más chiquitín del equipo, quien tuvo la oportunidad de convertirse en el héroe de su equipo por vez primera. Pudo haber lanzado la pelota al segunda base para poner a Shay fuera, pero comprendió las intenciones del lanzador y también lanzó intencionalmente la pelota muy por arriba de la cabeza del tercera base. Shay corrió hacia tercera delirante mientras los corredores frente a él recorrían las bases hacia el plato.

Todos gritaban: “Shay, Shay, Shay, hasta el plato, Shay”. Al llegar Shay a la segunda base, el campocorto del equipo contrario corrió a ayudarle a girar en la dirección correcta hacia tercera base y le gritó: “¡Corre a tercera, Shay, corre a tercera!” Al dar vuelta por tercera, los muchachos de ambos equipos y la gente de las graderías, estaban de pie gritando: “¡Corre al plato, Shay!” Shay corrió hacia el plato, lo pisó y fue vitoreado como el héroe que bateó un jonrón con las bases llenas y ganó el partido para su equipo.

Ese día, dijo el padre suavemente, mientras las lágrimas ahora bañaban su rostro, los muchachos de ambos equipos colaboraron para traer un poco de genuino amor y humanidad a este mundo. Shay no alcanzó a ver otro verano y murió ese invierno, ¡pero nunca olvidó haber sido el héroe y haber hecho sentir a su padre muy feliz y llegar a casa para ver a su madre llorosa abrazarle como su pequeño héroe del día!

La historia de hoy—recuerdo haberles enviado una similar pero no igual hace años—muestra cuánta bondad puede haber en el corazón del ser humano si tan sólo permitimos al Señor liberarla.
Una de las herramientas que Dios utiliza para tal propósito es la solidaridad con los que sufren o padecen limitaciones. De allí que es virtualmente imposible ayudar a los demás de manera efectiva a menos que hagamos el esfuerzo de colocarnos en sus zapatos. Creo que, al leer la narración de hoy, podrá darse cuenta de que Dios nos llama no tanto a colocarnos del lado del muchacho o su padre que recibieron y supieron agradecer el gesto solidario sino más bien a sumarnos a los muchachos y a la multitud que supo solidarse.

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