Un anciano, ocupaba sus últimos años plantando tantos árboles como pudiera. Era consciente que por su avanzada edad, difícilmente pudiera ver el fruto de tanto esfuerzo. Nadie le pagaba por ello y ni siquiera contaba con alguna persona que le agradeciera o lo alentara, sino que por el contrario, era objeto de constantes burlas y críticas, incluso de sus más íntimos amigos.
Un día, cabalgaba por allí un hombre rico que observó lo que el anciano hacía. Intrigado, le preguntó: ¿Qué hace, buen hombre? El anciano le respondió: Sembrando señor, solo sembrando.
El hombre rico le dijo: Pero, eres un hombre viejo y pareces cansado, ¿Para qué siembras entonces?. Creo que ni siquiera vas a ver un solo árbol de estos que has plantado y menos aún el fruto que pudieran dar, ¿por que aún así insistes en hacerlo?
A lo que el anciano contestó: Señor, si yo pude comer es porque otros sembraron, ahora es tiempo que yo siembre para que otros coman.
El hombre rico, admirado por la sabia respuesta le dijo: ¿No verás los frutos y aún así quieres seguir sembrando…? Por tu trabajo generoso y desinteresado, te voy a regalar unas monedas de oro, por esa gran lección que me has dado. Sin saber que el anciano, de esta manera ya estaba recibiendo algún fruto por su siembra.
A veces hacemos algo y ya queremos ver los resultados, sin esperar el lógico tiempo en que la semilla de fruto. Hay un tiempo de siembra y otro de cosecha pero a veces tendemos a impacientarnos antes de que este último llegue. El riesgo es pensar que nunca llegaremos a ver el fruto, simplemente porque tarda o porque no se ha completado el proceso.
Aún así, Dios nos concede ver el fruto en algunos casos, pero en otros, seremos como el anciano de la historia. Sembraremos en silencio, para que otros disfruten.
Si hacemos un breve ejercicio de memoria, seguramente descubriremos, cuanta gente ha sembrado en nosotros, para ayudarnos a ser mejores o alcanzar nuestras metas.
Los padres incansablemente siembran en los hijos, por ejemplo para que estudien una carrera universitaria. Son muchos los años en que todo es gasto e inversión a futuro y todavía no se ve ni la apariencia de un fruto, pero ellos tienen presente que llegará un día en que se gozarán viendo a su hijo con un título universitario.
Moisés tuvo un duro tiempo de siembra, liderando al pueblo de Israel por el desierto, pero solo le fue permitido ver de lejos la tan anhelada tierra prometida. El fruto llegó para la próxima generación que fue la que finalmente pudo alcanzar la promesa y disfrutarla.
Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega.” Juan 4:37
No te aflijas por los frutos que hoy no ven tus ojos, Dios sabe quiénes lo recogerán y cuando, ya que al igual que tú, te has beneficiado con lo que otros sembraron antes de tí, las generaciones venideras también lo harán de tu siembra.
“No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos.” Gálatas 6:9
Hoy te invito a que siembres generosamente, Dios mira tu esfuerzo y el amor con el que lo haces. Piensa que con tu siembra podrías marcar generaciones y personas que nunca conocerás, pero aún así podrán beneficiarse de lo que tú has sembrado.
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