Cuando Dios creó la tierra lo hizo con un propósito específico; y éste era bueno, agradable y perfecto. Sin embargo, el pecado de los primeros hombres que conformaron la raza humana, la rebeldía, la corrupción y el afán de querer vivir independientes de Dios, han dado como consecuencia que recojamos una cosecha de odio, división, envidia, enemistad, enfermedad, dolor y muerte.
El hombre ha levantado fronteras no sólo entre pueblos y naciones, sino que le ha cerrado violentamente las puertas a Dios en las escuelas y hasta en los hogares.
Es por eso que el Espíritu Santo, dentro de nosotros, gime cada día, buscando vasos disponibles; seres humanos que quieran ser usados por Dios para restaurar nuestras naciones y que así Dios pueda dar luz a los planes que Él estableció para tu país y el mío, desde antes de la fundación del mundo. Hoy te invito a que te unas a mí, cada día, en ruegos, oraciones y súplicas, por todas las naciones de la tierra.
Juntos hemos de ver la gloria de Dios manifestarse en cada país y los pueblos vecinos no tendrán más que reconocer que el favor de Dios está con nosotros y dirán, como en Deuteronomio 4:6, "Ciertamente, pueblo sabio y entendido, nación grande es ésta". Amén
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