Una reina piadosa aportaba para varias obras de caridad. Ella vendió sus joyas y utilizó ese dinero para construir hospitales y orfanatos para los pobres de su país. Un día que estaba visitando los pacientes de una clínica de reposo que había construido para los pacientes pobres en recuperación. Ella conoció a una mujer postrada en cama y habló con ella, preguntando por su salud. La mujer derramó lágrimas de gratitud. Sus lágrimas cayeron en manos de la reina, que la estaba apoyando a ella. La reina más tarde dijo a su ayudante de esas lágrimas, “¡Dios me está enviando de vuelta las joyas!”
Utilizamos todas nuestras fuerzas para preservar nuestro tesoro en la tierra. Perdemos una parte importante de nuestro tiempo, la salud y la energía para amasar fama, riqueza y gloria.
Tener riquezas no es pecaminoso, pero amar y codiciar las riquezas por encima de todo trae malas consecuencias.
Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. 1 Timoteo 6:10
Jesús nos aconseja en Lucas 12:33, Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye.
“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” Mateo 6:24, Lucas 16:13
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