“Pues os es necesaria la paciencia, para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (Hebreos 10:36)
Los líderes efectivos realizan tareas aparentemente imposibles porque nunca se rinden; nunca se desmoronan. A pesar de la creciente crítica, oposición intense y aplastantes obstáculos, perseveran con firme determinación; se niegan a tirar la toalla.
A menudo, lo más fácil sería abandonar la lucha y simplemente rendirnos. Olvidarnos de nuestros sueños y regresar a la comodidad y conveniencia de la mediocridad. Ceder ante las palabras de los críticos, claudicar ante la oposición y simplemente dejarnos dominar por los obstáculos… meter el rabo entre las patas y huir.
Hay gran poder personificado en la perseverancia. La carrera no es siempre ganada por el más rápido, ni el partido por el más fuerte, sino por aquel que continua avanzando, rehusándose a rendirse.
Consideremos el timbre postal: su utilidad consiste en su habilidad para pegarse a una cosa hasta que llegue a su destino. El corredor de autos, Rick Mears, dijo: “Para terminar de primero, primero tenemos que terminar”.
Siempre es demasiado pronto para rendirnos. Una de las herramientas más poderosas y destructivas que Satanás tiene en su arsenal es el desánimo, la sutil pero peligrosa compulsión a rendirnos, a abandonar, diciéndonos a nosotros mismos: “¿Valdrá la pena?”
Cuando somos tentados a rendirnos, resistamos. Necesitamos perseverar en la batalla hasta que el día malo pase. Debemos insistir frente a la tentación de abandonar. Hasta que finalice la guerra, debemos pelear hasta el final. Hasta que termine la carrera, necesitamos seguir corriendo. Hasta que el muro sea construido, necesitamos seguir colocando ladrillos. Nunca nos rindamos, nunca. Las promesas de Dios siempre están al final.
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