La palabra Felicidad evoca imágenes de regalos abiertos en Navidad, de estrechar la mano a quien ama, de recibir sorpresas en el cumpleaños, de responder con una risa incontrolable a un comediante o de disfrutar las vacaciones en un lugar exótico.
Todo el mundo quiere ser feliz; perseguimos este ideal fugaz toda nuestra vida: gastando dinero, coleccionando cosas y buscando nuevas experiencias. Pero si la felicidad depende de nuestras circunstancias, ¿que sucede cuando los juguetes se envejecen, los seres queridos mueren, la salud se deteriora, nos roban el dinero y la fiesta se termina? Con frecuencia la felicidad se esfuma y la desesperación se hace presente.
En contraste con la felicidad se levanta el gozo. El gozo es quietud, es correr con profundidad y firmeza, es la seguridad confiada en la obra y el amor de Dios en nuestras vidas, ¡que Él estará allí pese a cualquier cosa! La felicidad depende de los acontecimientos, pero el gozo depende de Dios. Amén
Filipenses 3:8-10
8 Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo,
9 y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe;
10 a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte.
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