Uno de lo mayores estorbos para un testimonio efectivo es el orgullo. Siempre que enfatizamos nuestra inteligencia, nuestro encanto, o nuestra personalidad, nos convertimos en el centro del mensaje, y eso es idolatría. El orgullo infla nuestros egos y llegamos a pensar que podemos ganar a las personas para el Señor con nuestras propias fuerzas. Consciente de este peligro, Pablo constantemente quitaba sus ojos de su propia persona, y dirigía la atención a la obra de Cristo. (1 Corintios 1:17)
Puesto que el orgullo puede también producir temor al rechazo, muchas veces nos quedamos callados, cuándo en nuestro interior sabemos que debemos hablar de Cristo con franqueza y valentía. Recuerda que nuestra aceptación no se encuentra en los hombres, sino en Dios. Lo que pueda pensarse que es un rechazo a nuestros orgullosos egos, es en realidad un rechazo al Evangelio de Cristo, no a nosotros, sus mensajeros.
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