A pesar de que hubo intentos ocasionales de una renovación, Judá no se arrepintió de sus pecados. El pueblo era próspero y no se preocupaba de Dios. Las demandas de Dios para una vida recta parecían irrelevantes para Judá, cuya seguridad y riqueza la hicieron complaciente consigo misma.
No permita que la comodidad material sea una barrera para su compromiso con Dios. La prosperidad puede producir una actitud de soberbia y autosuficiencia. El único antídoto es admitir que el dinero no nos salvará y que tampoco nos salvaremos a nosotros mismos. Solo Dios puede salvarnos y curar nuestra indiferencia hacia los asuntos espirituales.
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