El sana a los de corazón quebrantado y les venda las heridas. Salmo 143:7 (NTV)
Cuando uno tiene una herida en alguna parte de su cuerpo, por más que ésta sea pequeña, trata de cuidar el área porque al tener contacto con cualquier objeto comienza a sentir dolor. Puede llegar a ser muy incómodo porque uno no puede desarrollar sus actividades con total normalidad, pero si sigue las instrucciones del médico y sigue los cuidados respectivos, dentro de poco tiempo podrá realizar todo igual que antes.
Lo mismo sucede con las heridas del corazón, la diferencia radica en que sólo Dios puede sanarlas, nadie más puede hacerlo. Es necesario que dejemos de ocultarlas, debemos mostrárselas, sin importar si fuimos nosotros los que las causamos o tal vez fueron otras personas las responsables; debemos pedirle a Él que se encargue de ellas y nosotros cuidar nuestro corazón hasta que estemos completamente sanos.
Es un grave error no darles la importancia que merecen o pensar que no influyen en otras áreas de nuestra vida, porque llegado el momento, podrían causar un mayor dolor al que se pudo evitar en un momento determinado.
Si hoy tienes una herida en tu corazón, te animo a entregársela a Dios, pues Él es el único que puede sanarla. Permítele obrar libremente en tu vida y quitar todo el dolor, el rencor, la amargura, el odio y la falta de perdón que te están consumiendo por dentro y te están impidiendo ser feliz y recibir todas sus bendiciones. Él te ama y quiere ayudarte pero si tú no se lo permites, no podrá hacerlo. Dale la oportunidad de sanar cada una de tus heridas y cumplir su maravilloso propósito en ti.
¡Cuando Dios toca tu corazón, tu vida cambia!
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