Una pobre mujer, tejedora a mano en aquellos tiempos cuando el obrero tenía que rendir largas horas de trabajo en sus tareas.
Debido al gran esfuerzo que tenía que hacer para mantener a sus hijos, pues era viuda, enfermó de gravedad. Al fin logró reestablecerse. Un día su médico le dijo:
- Bien, ya podemos decir que usted está curada. Pronto volverá a su trabajo. Pero una cosa le voy a ordenar, que el domingo lo pase todo el día descansando.
-¿Es que ni siquiera podré ir al templo a adorar al Señor? – Preguntó la mujer.
- No se preocupe, señora. El templo y Dios muy bien pueden pasarse sin usted – le dijo el médico.
- Pero yo no puedo pasarme sin Dios y sin ir al templo – respondió la mujer.
Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo. Porque él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal; me ocultará en lo reservado de su morada; sobre una roca me pondrá en alto. Salmo 27:4,5
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