Cuando te pido que me escuches y comienzas a darme consejos, no has entendido lo que te pedí.
Cuando te pido que me escuches y comienzas a decirme por qué no debo sentirme de tal manera, pisoteas mis sentimientos.
Cuando te pido que me escuches y sientes que debes hacer algo para resolver mi problema, me has fallado, aunque te suene raro.
¡Escucha!
Lo único que te pedí fue que me escuches. y no hables o hagas algo, solo escúchame.
Yo sé valerme por mí mismo. No soy un inútil. Cuando haces algo por mí, que yo mismo puedo y debo hacer, contribuyes a mis sentimientos de temor e insuficiencia. Pero, cuando aceptas como un simple hecho lo que yo siento, sin importar cuán irracional parezca, entonces puedo cesar de intentar convencerte y dedicarme a comprender lo que hay detrás de tales sentimientos irracionales.
Y cuando esté claro, las respuestas son obvias.
Quizás esta es la razón por la que es tan eficaz la oración; porque Dios escucha en silencio.
Eclesiastés 3: 1-8 nos dice que hay un tiempo para todo:
1 Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo:
2 tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;
3 tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de derribar, y tiempo de edificar;
4 tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de lamentarse, y tiempo de bailar;
5 tiempo de lanzar piedras, y tiempo de recoger piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de rechazar el abrazo;
6 tiempo de buscar, y tiempo de dar por perdido; tiempo de guardar, y tiempo de desechar;
7 tiempo de rasgar, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar;
8 tiempo de amar, y tiempo de odiar; tiempo de guerra, y tiempo de paz.
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