Un joven fue a ver a Jesús y le preguntó: -Maestro, ¿qué cosa buena debo hacer para tener vida eterna?
Jesús le contestó: -¿Por qué me preguntas qué cosa es buena? Sólo Dios es bueno. Si quieres vivir de verdad, obedece los mandamientos.
El joven preguntó: -¿Qué mandamientos?
Jesús le dijo: -No mates; no seas infiel en tu matrimonio; no robes; no mientas para hacerle daño a otra persona; obedece y cuida a tu padre y a tu madre; ama a los demás tanto como te amas a ti mismo.
Entonces el joven dijo: -Todos esos mandamientos los he obedecido. ¿Qué más puedo hacer?
Jesús le dijo: -Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y repártelo entre los pobres. Así, Dios te dará un gran premio en el cielo. Luego ven y conviértete en uno de mis seguidores.
Cuando el joven oyó eso, se fue muy triste, porque era muy rico.
Jesús entonces les dijo a sus discípulos: -Les aseguro que es muy difícil que una persona rica entre en el reino de Dios. En realidad, es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para una persona rica entrar en el reino de Dios.
Los discípulos se sorprendieron mucho al oír lo que Jesús dijo y comentaban entre ellos: -Entonces, ¿quién podrá salvarse?
Jesús los miró y les dijo: -Para la gente, lograr eso es imposible; pero para Dios todo es posible.
Seguir a Jesús no es una tarea sencilla, porque todos los días hay una lucha interna entre nuestro espíritu y nuestra carne. Las corrientes de éste mundo muchas veces logran desenfocar nuestra vista y nuestro caminar, ocasionando que coloquemos nuestras prioridades en un orden equivocado, de modo que nos esforzamos y desgastamos tanto por tener estabilidad laboral y económica, que terminamos descuidando a nuestro esposo o esposa, a nuestros hijos y lo más importante, la comunión íntima y diaria con Dios.
De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. 2 Corintios 5:17
Si decidimos seguir a Jesús, no debemos permitir que nada ni nadie nos aparten de Él. Sigamos las huellas de nuestro Maestro, imitémoslo en nuestro diario vivir y esforcémonos por agradarle en cada una de las actividades que realizamos. Demostremos su amor, perdón, misericordia, compasión y bondad en todo momento y con todas las personas que nos rodean.
De nada nos sirve conocer muy bien su Palabra sino somos capaces de ponerla en práctica. Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a ser restaurados y transformados integralmente: cuerpo, alma y espíritu, de modo que no sólo nuestra apariencia refleje un cambio sino también nuestros pensamientos y actitudes.
Si ustedes ponen toda su atención en la Palabra de Dios y la obedecen siempre, serán felices en todo lo que hagan. Porque la palabra de Dios es perfecta y los libera del pecado. Santiago 1:25
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