Augusto, virtuoso ciudadano romano, tenía una hija muy hermosa, llamada Marcia, y ésta le pidió permiso para visitar a una mujer mundana llamada Lucina.
--No puedo permitírtelo --dijo el padre.
--¿Me crees demasiado débil? --replicó la hija indignada.
Augusto cogió un carbón apagado y pidió a su hija que lo tomara en la mano, pero ésta vacilaba en hacerlo.
--Cógelo, hija mía, no te quemarás.
Obedeció Marcia, y la blancura de su mano se vio inmediatamente manchada.
--Padre, hay que tener cuidado para manejar carbones --dijo de mal humor Marcia.
--Es verdad --dijo el padre solemnemente --porque aunque no queman, tiznan. Y lo mismo ocurre con las malas compañías y conversaciones.
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