Debieron ser ásperas, las manos del carpintero de la aldea. En una edad sin guantes o cremas para la piel, El empujó piedras a su lugar, se astilló, labró madera, y agarró madera con las manos desnudas. En un día sin bloqueador solar, El trabajó bajo el abrasador sol de Medio-oriente. En una era sin maquinaria moderna, El edificó casas, erigió edificios, ideó muebles, y reparó juguetes de niños. Sus manos debieron desarrollar una capa gruesa de cuero protector que fue obvio a los que sacudieron su mano o sintieron Su toque.
Pero, ah! —qué manos tan gentiles. Nunca aprietan demasiado duro, tocan demasiado rudo, ni dan palmadas sobre exaltadas a otro en la espalda.
¡Y qué manos tan poderosas! La huella de un solo dedo podría restaurar la vista al ciego, traer vida al muerto, curar la piel del leproso, o levantar un alma del sufrimiento del polvo de la vida.
¡Y que manos tan heridas! Ellos tocaron las cicatrices que ninguna loción podría curar y a la que ningún aceite podría ayudar. Estas fueron las manos de Jesús.
para ser como Jesús. Para tener el mismo toque, el mismo agarre en la vida, la misma generosidad, las mismas hermosas, manos que atraen como las de nuestro Señor. Mire sus manos en este momento. ¡Que Dios las tome y las use para Su gloria!
¿Están tus manos abiertas? ¿Eres generoso hacia una persona necesitada quien Dios trae por tu camino? ¿Hacia Su trabajo que necesita ayuda? ¿Hacia aquellos que dependen de tu provisión?
¿Cómo pueden llegar a ser nuestras manos una bendición para otros? ¿Quizás enjugar la frente de un niño febril? ¿Preparando una comida para un soltero solitario? ¿Escribiendo una nota de ánimo a alguien necesitado? ¿Cortando flores para un vecino? ¿Enjugar la nariz de niños en la guardería infantil de la iglesia? ¿El repartir boletines con una sonrisa y un apretón de manos el domingo?
—David Jeremiah
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