Casandra era una mujer muy activa en la iglesia, ella siempre se ofrecía de voluntaria para predicar en varios lugares apartados de la ciudad, en algunas ocasiones viajaba a pueblos rurales donde los recursos eran sumamente escasos.
En uno de esos viajes llegó a un hogar muy pobre en donde el jefe de la familia estaba enfermo sufriendo agudos dolores. Ella entró a esta casa con el propósito de hablarles algo acerca de Cristo. Pero el hombre de muy mal carácter, ni bien se dio cuenta de sus intenciones comenzó a gritar: “No quiero que nadie ore aquí ni lea la Biblia, pues no creo en ninguna de estas cosas, fuera!”
Inmediatamente Casandra dijo: “Está bien, no diré nada, pero no quiero irme sin antes ayudarlo de alguna manera y a su esposa también, que está muy afligida.”
De inmediato ella se fue para conseguir provisiones y ropa para la familia. Cuando regresó, el hombre que duramente le había prohibido que orara y leyera la Biblia le dijo: “Léame por favor la historia del Buen Samaritano.” Ese mismo momento, ella sacó su biblia para leer la historia, y cuando terminó, aquel hombre enfermo dijo: “He visto muchos sacerdotes y levitas pasar por aquí, pero nunca antes había visto un buen samaritano.”La amargura del hombre y sus prejuicios desaparecieron por causa de una buena acción de una cristiana.
1 Juan 3:17 dice: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” Versión DHH
Todos necesitamos del evangelio y cuando queremos compartirlo, solemos encontrar a muchas personas viviendo situaciones difíciles que hicieron que sus corazones se endurecieran, momentos que han provocado su desconfianza en toda palabra que se diga; al final alguno de ellos puede creer que el mundo está lleno de buenas intenciones y palabras lindas, pero de pocas acciones.
El relato del buen samaritano, Lucas 10:25-37, es una ilustración que nos enseña a amar al prójimo con acciones más que con palabras. Muchas iglesias usan esta misma estrategia llevando algunos alimentos, ropa y medicinas para acompañar juntamente con esta buena acción una invitación para recibir a Jesús. Son esas pequeñas muestras de amor las que ablandan cualquier corazón duro.
Santiago 2:15-16 dice: “Supongamos que a un hermano o a una hermana les falta la ropa y la comida necesarias para el día; si uno de ustedes les dice: «Que les vaya bien; abríguense y coman todo lo que quieran», pero no les da lo que su cuerpo necesita, ¿de qué les sirve?” Versión DHH
Recuerda que el evangelio es un regalo que se entrega envuelto en amor.
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