Una noche, un ciervo sediento se alimentaba en el bosque. Estaba feliz de haber encontrado un estanque cercano. Se inclinó para beber el agua. Mirando en el agua clara y quieta podía ver su reflejo. La vista de sus atractivos y seductoras astas le hizo orgulloso y feliz. Luego se dio cuenta de sus largas, delgadas y flacas patas. Tristemente, se dijo a sí mismo: "Estas patas son tan feas y no combinan con mis cuernos majestuosos y atractivos." De pronto sintió la proximidad de un lobo.
El ciervo corrió a toda velocidad, sabiendo que el lobo lo perseguía rápido. Sospechaba que otros lobos de la manada le habrían descubierto y se unirian a la carrera. Sus largas y delgadas patas le ayudaron a correr a gran velocidad. Corrió con todas sus fuerzas y se extendió muy por delante de sus depredadores. Pero de forma inesperada su cornamenta se enredó en las ramas de un árbol frondoso. Él intentó, pero no pudo liberar a las astas de las ramas. El tiraba con todas sus fuerzas, pero todos sus esfuerzos eran en vano. Finalmente hizo un intento desesperado y por suerte pudo liberar las astas justo antes de que el lobo pudiera alcanzarlo. El hizo otra carrera frenética por su vida y por suerte pudo correr más rápido que el lobo.
Llegando a un lugar seguro, se dio la vuelta y se encontró que los depredadores habían abandonado la persecución. Él suspiró con alivio y pensó en lo tonto que era alabar sus bonitos cuernos y maldecir sus patas feas. Con gratitud con respecto a sus largas y delgadas patas, y con gran aprecio, él comentó: "Estas patas son realmente preciosas. Ellas me salvaron, mientras que los cuernos peligrosos pudieron haber causado mi muerte ".
Las apariencias pueden ser engañosas. No todo lo que brilla es oro. "Engañosa es la gracia, y vana la hermosura”… Proverbios 31:30ª
Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. 1 Samuel 16:7
El apóstol Pedro aconseja: Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. 1 Pedro 3:3,4
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