“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” - Juan 8:32
Juan un joven de 18 años, quedó como responsable de su hermano Tomás de 10 años y de su casa, durante un fin de semana, mientras sus padres viajaban a otra ciudad para visitar a un pariente muy querido que se encontraba delicado de salud. Su padre al despedirse le dijo: Hijo ahora eres responsable de todo lo que pase en estos días, confío que todo estará bien cuando volvamos; y se marchó.
Tomás estaba contento ya que pensaba que podía hacer todo lo que sus padres le decían que no hiciera y dijo: ¡Si, ahora soy libre! Y pensó: por fin podré jugar con la colección de aviones que tiene mi padre, lo sacaré mientras Juan este distraído y lo meteré en mi cuarto. Entonces, así lo hizo, desarmó los bien cuidados aviones de su padre proponiéndose volver a armarlos antes de su llegada.
Al retornar del viaje, su padre notó la ausencia de la colección que tenía y preguntó a Juan quien dijo que no sabía que pasó. Su padre se enfureció, y optó por preguntar también a Tomas, quien al igual que su hermano, manifestó su desconocimiento de lo que había pasado. Ante esta pregunta, él sintió mucho miedo de que su padre lo castigara porque pese a sus intentos, no pudo armar nuevamente los aviones; Entonces como el hijo mayor era responsable de todo, el papá tuvo que imponerle un castigo. Pasaron tres días y Tomás no estaba tranquilo, no podía conciliar el sueño porque se sentía triste por lo ocurrido, sabía que su hermano no era responsable y que el castigo, en realidad lo merecía él.
Al levantarse la mañana siguiente, decidió decir toda la verdad, y de rodillas oró: Dios, perdóname por ocultar la verdad y por hacer sufrir a otros, te pido que me ayudes a contar todo la verdad a mi familia y dame valor para llevar el castigo que me den, amén. Entonces reunió a todos en su pequeña sala, y todos extrañados, le preguntaron: ¿Que pasó Tomas, estas bien? Y él niño respiro profundamente y dijo: No, no estoy bien, lo que paso hace tres días no fue culpa de Juan sino culpa mía, y relató lo que pasó entre lágrimas, pidió perdón a su hermano, y a sus padres, quienes le perdonaron y le impusieron un justo castigo.
Esta historia me recuerda el Salmo 32:3-4 NTV que dice: “Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió, y gemía todo el día. Día y noche tu mano de disciplina pesaba sobre mí; mi fuerza se evaporó como agua al calor del verano.” La mentira y el silencio de la verdad afecta a nuestro cuerpo físico, espiritual, hasta tal punto que nos consume, nos debilita, nos quita el sueño, la paz y sobre todo nuestra integridad.
El niño creyó que tenía el control al negarse frente su padre y no fue así solo se alargo el peso que llevaba y fue la esclavitud disfrazada de libertad.
Salmos 32:5 dice “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado.” fueron las palabras del Rey David, quien después de callar decide confesar lo que había hecho ahí se sintió libre y se rompieron las cadenas que lo ataban. Además que la verdad siempre está respaldada por Dios.
Hay momentos en que estamos en medio de alguna situación, y tenemos que decidir si decir la verdad, o mentir, ser libres o encadenarnos ¿qué decisión estas tomando tú?
"Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada y cubierto su pecado" - Salmos 32:1
—Soraida Fuentes
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