A raíz de un naufragio, uno de los tripulantes logró aferrarse a un remanente de madera del barco y llegó a la orilla de una isla desierta. Se quedó allí durante muchos meses esperando un rescate por otro barco.
Él construyó una tienda de campaña y comenzó una nueva forma de vida. La mayoría de las veces llegó a la playa y buscó signos de ayuda si algún barco se acercaba. Él oró fervientemente pero sus oraciones no fueron contestadas por un largo período. Un día, sintiéndose muy deprimido y disgustado, se puso de pie en la playa, como de costumbre, inspeccionando el horizonte, esperando la aparición de un barco como una respuesta a sus oraciones.
De repente, para su horror, descubrió que su tienda estaba en llamas. Corrió tratando de extinguir el fuego, pero no pudo hacer nada. El comenzó a maldecir a Dios y su destino, ya que sus últimas posesiones se habían perdido en el incendio.
Regresó a la playa, listo para suicidarse en el océano. Al entrar en el agua pudo ver la bandera de un barco lejano. Un barco se acercaba rápidamente. Los marineros llegaron y lo rescataron. De vuelta en el barco, le preguntó al capitán cómo pudieron saber sobre su situación. El capitán dijo: “Vimos el fuego y el humo que salía de esa isla. Enviamos el barco esperando encontrar a alguien allí.”
Fue entonces que se dio cuenta de que los caminos de Dios son misteriosos. Sintió pena y se arrepintió por maldecir a Dios por permitir que sus únicas posesiones se incendiaran. Se dio cuenta de que el fuego fue la señal de Dios a los marineros en un barco lejano. Dios había estado pendiente de su situación y actúo en el momento adecuado.
“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.” Jeremías 29:11
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